El juego es una actividad seria, importante y relevante. Así lo determina Andrés Paya, profesor e investigador en la Universidad de Valencia y fundador del Observatorio del Juego Infantil (OJI), quien recientemente ofreció una entrevista al Diario El País de España. Rescatamos lo mejor de ella para orientarte a cómo abrir y conservar estos espacios que intervienen en el desarrollo y crecimiento de tu hijo/a.

Los niños tienen derecho al juego. Así lo contempla la Declaración de los Derechos del Niño, otorgándole la misma importancia que a cualquier otro derecho como la salud o la educación. Sin embargo, especialmente en los países desarrollados, es cada vez más difícil establecer instancias de juego: los niños pasan demasiadas horas en sitios cerrados, tienen una agenda repleta de responsabilidades y la gran mayoría vive en ciudades poco amigas de la infancia, tanto que si nos paramos a observar a nuestro alrededor casi podríamos decir que los niños han desaparecido de sus calles.

En España, ya se ha tomado conciencia de lo importante que es poner a la infancia en el centro de las políticas sociales y de los cambios en el desarrollo urbanístico para devolverle el juego. Hacer las ciudades más amables a las necesidades de los niños. También en muchas escuelas los docentes han comenzado a trabajar desde la idea del juego como “una escuela de ciudadanía”, imprescindible para crear una sociedad sana. Ocurre, sin embargo, que la tarea es tan abstracta y tan compleja que no acaba de poner de acuerdo a todas las partes implicadas. De momento, y como asegura el especialista Andrés Paya, nuestro papel como adultos pasa por convertirnos en “supervisores y facilitadores de juego”, porque sólo apoyando y creando unas condiciones más adecuadas para el juego libre de la infancia, “sin dirigirlo ni imponerlo”, podremos recuperar un derecho que hemos sustituido por el consumismo atroz y las responsabilidades infinitas.

A continuación, una serie de preguntas y respuestas elaboradas por el experto en juego infantil:

¿Para qué jugamos?
Jugamos para ser humanos y reencontrarnos con nosotros mismos. El acto lúdico provoca placer y diversión, la abstracción de una realidad que no siempre es agradable. En el juego cabe un mundo imaginario en el que podemos ser quienes queramos, lo que queramos y cuando queramos. La alegría, el gozo y la diversión inherentes al juego, son difícilmente comparables con cualquier otra actividad de nuestro día a día.

¿Tienen los niños suficiente tiempo y lugares para jugar en la actualidad?
Depende de contextos y realidades sociales y culturales. Desafortunadamente, en los países desarrollados en los que la cultura del ocio y el consumo está plenamente implantada y presente, la infancia tiene cada vez menos tiempo para jugar. Hemos de darle tiempo al juego, pues las apretadas agendas escolares, las familias con un único hijo, el desarrollo urbano de las ciudades, entre otros factores, hacen que tengamos que fomentar un mayor tiempo de juego libre de calidad, en espacios adecuados para ello y facilitando, en la medida de lo posible, materiales y compañeros de juegos.

En la actualidad las ciudades han sido invadidas por el tráfico, las tiendas, los centros comerciales… ¿Se puede devolver la infancia a las ciudades? ¿Cómo hacer las ciudades más amigables para los niños?
Por supuesto que sí, es posible y hemos de hacerlo. Existen experiencias de éxito en este sentido, fundamentalmente en países anglosajones preocupados por la infancia y por su tiempo de juego. Otras iniciativas como las ciudades educadoras o la propuesta de las ciudades de los niños de Tonucci, han mostrado que las urbes pueden ser más amigables para los niños y niñas. Tanto de las políticas públicas, como desde la iniciativa y la participación de fundaciones, asociaciones y entidades, hemos de colaborar en crear entornos seguros de juego libre, con espacios urbanos al aire libre e interior, que permitan recuperar las calles y los espacios públicos para los ciudadanos más pequeños.

¿Cómo debe ser el juego para que realmente podamos definirlo como tal?
La característica principal, es que sea libre, voluntario y placentero. Las reglas han de estar consensuadas por los jugadores y modificarse cuando estos consideren oportuno. En el momento que los adultos queremos dirigir un juego o acotarlo en un tiempo determinado, estamos convirtiendo el juego en otra actividad que no es propiamente lúdica, puede ser en parte divertida, pero al no ser libre y voluntaria, deja de ser juego.

¿Cuál es la relación directa del juego con respecto a la educación?
El juego es una excelente actividad de educación integral, seguramente, una de las mejores. En la actividad lúdica, tanto los niños como los adultos, podemos desarrollarnos intelectualmente (aprender a pensar), socialmente (aprender a ser), físicamente (aprender a hacer) y estéticamente (aprender a crear). No necesariamente todos los juegos han de desarrollar todos estos aspectos globales de la educación, pero sí que pueden ser una herramienta estupenda para avanzar en estos caminos y competencias.

En la actualidad el abanico de juegos y juguetes que encontramos en el mercado es inabarcable. ¿Cómo distinguir un juego interesante de otro que no lo es?
En efecto, la oferta es cada vez mayor y mejor planteada. La norma principal que hemos de seguir es que el juguete sea adecuado a la edad e intereses a quienes lo van a utilizar, pero sobretodo que fomente el juego. Si el juguete no interesa al jugador y no provoca el desarrollo de la actividad lúdica libre y placentera de la que hablábamos anteriormente, no sirve para nada. Es un objeto bonito e incluso puede ser muy sofisticado, pero si no permite ni sirve de soporte al juego, es absolutamente prescindible.

¿Van a desaparecer los juegos populares?
No, no lo creo. Es un “mantra” que se viene repitiendo desde hace más de un siglo y, afortunadamente, aunque se practican con menos frecuencia, continúan existiendo. Hemos de tener presente que el juego es un instrumento de socialización, de transmisión de valores, culturas y tradiciones populares, del pueblo. Además, es también un elemento de identidad, que ayuda a conocer parte de nuestra cultura y a interiorizar patrones propios de una comunidad. Esto no quiere decir que no hayan de ser fomentados, enseñados y jugados, pues son y forman parte de lo que somos y la transmisión intergeneracional que se suele producir en ellos, es de tal valor que habríamos de establecer, también aquí, políticas públicas que animen a su práctica.

¿Cuál debe ser nuestro papel como adultos para no intervenir en él y que no se convierta en una actividad impuesta?
Nuestro papel como adultos es doble. Por una parte como jugadores, pues los adultos también jugamos y hemos de seguir jugando. Tanto en las empresas y organizaciones, como en otros procesos propios del mundo adulto (por ejemplo, la gamificación), el juego puede y debería estar más presente. De otro lado, como adultos supervisores y facilitadores de juego, hemos de proponer y ayudar a crear las condiciones más adecuadas (tiempo, espacio, materiales y compañeros) para que se produzca la actividad lúdica libre de la infancia. Pero siempre con la precaución de no dirigirlo ni imponerlo, pues entonces el juego desaparecerá y será una actividad más cercana al trabajo (negocio) que al juego (ocio).

¿Se puede hacer una sociedad mejor a través del juego desde la infancia?
Sin dudarlo. Una infancia que juega es una infancia sana y feliz, que ensaya y aprende competencias sociales y cognitivas que favorecen su rol como ciudadano. Saber perder y ganar, ceder y compartir, dialogar y consensuar, solucionar problemas y debatir, etc. son algunas de las muchas competencias cívicas y ciudadanas necesarias que nos ayudaran a construir una sociedad mejor. No pensemos que los niños son adultos en miniatura ni ciudadanos del mañana. La infancia es una etapa con entidad propia y los niños son y seguirán siendo los ciudadanos del presente y del futuro.

Fuente: El País